Hoy quiero compartir con vosotros una historia que me llegó hace unas semanas por Twitter. Es una historia dura, pero que espero que haga reflexionar y sirva para valorar lo verdaderamente importante. Cuando la leí me quedé totalmente en shock. Habitualmente le cuento a mi pareja las historias que me llegan, pero en este caso tardé unos días porque es especialmente dura y sé que él es especialmente sensible con estos temas.
Tras pedirle permiso a la persona que me lo envió y manteniendo todavía más el anonimato de los protagonistas, lo comparto con vosotros porque creo que estas historias tienen que conocerse.
Una historia sin final feliz
Hace unas semanas me llegó por DM el mensaje de una doctora. Creo recordar, porque he perdido parte de la conversación, que me decía que no sabía cómo había llegado a leerme, pero el caso es que me leía desde hacía un tiempo y quería contarme una experiencia que había vivido recientemente.
Al parecer, hacía unos días que había ingresado un chico en la UCI del hospital donde trabaja. El padre le dijo a esta doctora que la madre había muerto. Unos días después, la llamó la madre preguntando por el estado de salud de su hijo. «Imagina la cara que se me quedó», me contaba.
El estado de gravedad del chico hizo que se reunieran el padre y la madre, que estaban divorciados, así como sus hermanos. Desgraciadamente, el chico no superó la enfermedad y terminó falleciendo.
El equipo médico tuvo que sacar de la habitación a la madre, que sufrió un ataque de ansiedad al ver a su hijo sin vida. El padre salió a acompañarla y los dos se fundieron en un abrazo, pero su hijo ya no estaba vivo para verlo.
Parar antes de que sea demasiado tarde
Supongo que cuando los progenitores están inmersos en su batalla por las custodias, las casas, los coches, las pensiones o quién tiene más derecho a llevarlo al pediatra, olvidan que, lamentablemente, los hijos no siempre sobreviven a los padres.
Desconozco la historia de estos padres, pero lo cierto es que su hijo ha tenido que ingresar en la UCI para que vuelvan a coincidir en un sitio; y lo que es peor, ha tenido que morir para que se vuelvan a abrazar y a recordar que los dos son sus padres.
Lamentablemente para estos padres, ya no tienen nada por lo que mantener esa lucha; pero probablemente, ahora mismo piensen que tampoco tienen nada por lo que continuar viviendo y se arrepientan día y noche del tiempo que han perdido y de las alegrías que le podrían haber dado y compartido con su hijo y que se perdieron en esa lucha tan absurda como dolorosa que a veces se establece.
No voy a extenderme más porque es un tema especialmente delicado, pero sí os animo a pararos y reflexionar sobre qué recuerdos de sus padres queréis que tengan nuestros hijos; sobre los momentos en los que queremos acompañarlos a lo largo de su vida; o sobre cuál es realmente la razón de la lucha entre sus padres, más allá del «lo hago por el bien de mi hijo», una frase con la que muchas veces nos mentimos a sabiendas de que oculta otras razones bastante alejadas del bienestar de un hijo.
Desde aquí les mando a estos padres toda la fuerza del mundo para seguir adelante.