Se trata de un concepto acuñado por el reconocido Dr. Donald Winnicott, donde explica que si bien “cierto grado de conflicto” es esperable durante el desarrollo infantil, debemos tener sumo cuidado en no perpetuarlo y cristalizarlo como matriz en el psiquismo de nuestros niños.

¿Cómo puede pasar esto?

Eventualmente, en circunstancias de separaciones conflictivas, advertimos un campo fértil para el surgimiento de un tipo de conflicto que ya no encaja dentro del orden de lo esperable; cuando nos enfrentamos ante una pareja parental que ha involucrado al niño en el conflicto adulto, sin contar aún este con los recursos emocionales suficientes para sortear semejante contexto vincular.

La progresión del cachorro humano a medida que transita las diferentes etapas del desarrollo evolutivo y hacia la autonomía, debería ser tendiendo a la integración y la síntesis. Cuando un niño está inmerso en un conflicto de lealtades con sus referentes afectivos principales, se induce a lo contrario, se aleja de esa integración sana y progresiva, y en su lugar se invita al niño a la división, al clivaje, a la pérdida de su libertad emocional,  instalando las categorías de amor y odio como únicas alternativas en el amor filial. Entonces el mensaje que recibe será: «se es leal a mamá o se es leal a papa». Hay aquí un padre/madre “todo bueno” y otro “todo malo”, es decir padres/madres totalizados, imposibilitando así incorporar/internalizar la ambivalencia que todo vínculo humano conlleva,  pudiendo sentar  así, las bases de las elecciones vinculares  que se le presentarán en esos términos.

Lealtad y deslealtad

Referidos a la relación entre la familia y el desarrollo del individuo (sin duda polifacética) los conflictos de lealtades son inherentes al desarrollo infantil.

En términos sencillos, el problema puede enunciarse así: hay mucha diferencia entre:

  • un niño que se aleja de su madre, llega junto a su padre y vuelve al punto de partida
  • un niño que nunca pasó por esa experiencia.

En un lenguaje más complejo, puede decirse que en las etapas más tempranas el niño no está en condiciones de contener el conflicto dentro del self.

El niño inmaduro necesita una situación en la que no se exija lealtad, y es en la familia donde podemos esperar que se tolere lo que, de no ser simplemente una parte del proceso de crecimiento, podría tomarse por deslealtad.

El niño establece una relación con el padre, y esa relación condiciona la actitud que desarrolla hacia la madre. No sólo puede ver objetivamente a la madre desde la posición del padre, sino que también entabla con éste una relación amorosa que implica odio y temor a la madre. Volver a la madre desde esta posición es peligroso. Pero se produce un fortalecimiento gradual y el niño vuelve a la madre, y desde esta posición ve al padre objetivamente y sus sentimientos incluyen odio y temor.

Esta experiencia de ir y venir se repite en la vida cotidiana del niño en el hogar. No siempre involucra al padre y a la madre; la experiencia puede consistir en ir de la madre a la niñera y viceversa, o puede tratarse de una tía, una abuela o una hermana mayor. El niño puede encontrar gradualmente todas esas posibilidades, experimentarlas y adaptarse a los temores que le provocan. También puede llegar a disfrutar de los estímulos que esos conflictos proporcionan, siempre y cuando se los pueda contener. En el seno de la familia los niños introducen en sus juegos todas las tensiones propias de la experimentación con deslealtades, incluso las tensiones y celos que perciben en las personas adultas que los rodean. En cierto sentido, es un buen modo de describir la vida familiar en términos teóricos. Quizás el enorme interés que muestran los niños por jugar al papá y la mamá se deban a que este juego les permite ampliar en forma gradual el campo de la experimentación con deslealtades.

A veces es posible percibir lo importantes que son estos juegos, por ejemplo cuando un nuevo hijo se suma tardíamente a la familia y no puede usar los juegos de sus hermanos, juegos dotados de una complejidad que para los hermanos mayores tienen una historia. Puede participar mecánicamente en ellos y sentirse eliminado o aniquilado por su participación, que no es creativa, porque lo que necesitaría es comenzar de nuevo y llegar, partiendo de los rudimentos, a la complejidad de las lealtades opuestas.

Los sentimientos involucrados en estos juegos tienen rasgos positivos y libidinales, pero el contenido que despierta entusiasmo en los niños se halla estrechamente vinculado con las lealtades opuestas. De este modo, constituyen una preparación perfecta para la vida.

Como veremos, la escuela puede brindar un gran alivio al niño que vive con su familia. Para los niños pequeños, que pasan la mayor parte del tiempo jugando, los juegos que practican en la escuela no son básicos y pronto se convierten en juegos que desarrollan habilidades. Está también la cuestión de la disciplina que debe reinar en los grupos, todo lo cual lleva a una simplificación que es muy agradable para unos y muy molesta para otros. Una simplificación demasiado temprana, como la que impone la escuela al juego de la familia de los niños que viven con sus familias, debe considerarse un empobrecimiento, al menos para los niños que pueden tolerar el juego de la familia y cuyas familias pueden afrontar el hecho de que lo practiquen.

En cambio, al hijo único o al niño solitario los beneficia ingresar tempranamente en un grupo de juegos, donde al menos en cierta medida, el juego puede incluir relaciones interpersonales y lealtades opuestas que resultan creativas para el niño.

Estas son las razones por las que una decisión del gobierno respecto de la edad en que los niños deben comenzar a ir a la escuela nunca será satisfactoria. En cuestiones tan delicadas como ésta, una recomendación apropiada sólo puede darse después de sopesar en cada caso individual todos los factores pertinentes, lo que equivale a decir que cada vecindario debe contar con toda clase de provisiones. En caso de duda, tendremos presente que es en su hogar donde el niño puede lograr las experiencias más ricas, pero siempre debemos tratar de identificar al niño que por una u otra razón no puede ser creativo en el juego imaginativo si no pasa algunas horas por día alejado de su familia.

La educación primaria corresponde al ámbito en que al niño más bien le agrada que, a través del aprendizaje, de la adopción de lealtades específicas y de la aceptación de reglas y normas junto con el uniforme escolar, se lo exima de tener que resolver las complejidades de la vida. A veces esta situación persiste en la adolescencia, pero es insatisfactorio que los niños permitan que ello ocurra, por muy conveniente que les parezca a los maestros. Lo que debemos esperar es que en la adolescencia reaparezcan en cada muchacho y en cada chica la experimentación y las lealtades opuestas que surgieron creativamente en el juego de la familia, aunque en esta ocasión el estímulo no provendrá sólo de los temores emergentes sino también de las nuevas e intensas experiencias libidinales que la pubertad habrá desatado.

La familia tiene un enorme valor para el adolescente, sobre todo cuando, pese a ser sano, se siente atemorizado la mayor parte del tiempo, a causa de que el amor intenso suscita automáticamente un odio intenso. En los casos en que el marco familiar subsiste, el adolescente puede representar el papel de padre o madre, que era lo esencial del juego imaginativo practicado en el hogar en la etapa de dos a cinco años.

A menudo se piensa en la familia como en una estructura mantenida por los padres, un marco en el que los hijos pueden vivir y crecer. Se piensa en ella como en un lugar en el que los niños descubren sentimientos de amor y odio y encuentran simpatía y tolerancia (y también exasperación, que a menudo provocan). Pero se suele subestimar la importancia que tiene el encuentro de los niños con la deslealtad. La familia orienta hacia agrupaciones diversas, que se amplían cada vez más hasta alcanzar el tamaño de la sociedad local y de la sociedad global.

La realidad del mundo del que los niños llegarán a formar parte como adultos se caracteriza porque en ella toda lealtad incluye algo opuesto que podría llamarse deslealtad. El niño que ha tenido la oportunidad de comprobarlo durante su crecimiento se encuentra en inmejorables condiciones para ocupar un lugar en ese mundo.

Por último, si retrocedemos en el tiempo advertimos que esas deslealtades, como hemos dado en llamarlas, son un rasgo esencial de la vida que se origina en el hecho de que ser uno mismo implica ser desleal para con todo lo que no es uno mismo. Las palabras más agresivas y peligrosas en todos los idiomas son las que forman la frase yo soy. Pero debe admitirse que sólo quienes han alcanzado la etapa en la que es posible hacer tal afirmación están verdaderamente capacitados para desempeñarse como miembros adultos de la sociedad.




Donald Winnicott fue un pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés.

Nació el 7 de abril de 1896 en el condado de Devon, Reino Unido.

Consiguió graduarse con el título de médico especializado en pediatría en 1920, convirtiéndose en el primer pediatra y Psicoanalista infantil del Reino Unido,  comenzando a trabajar como pediatra en 1923 en el Hospital infantil de Londres, donde se desempeñó por más de cuarenta años.

En 1927 ingresó como miembro en la Sociedad Psicoanalítica Británica, la cual presidiría durante dos períodos. Allí, se alineó dentro del llamado grupo intermedio, tomando una posición neutral en la polémica surgida entre los posicionamientos teóricos de Melanie Klein y los de Anna Freud.

En 1931 publicó «Clinical Notes on Disorder of Childhood», su primer libro, graduándose luego como psicoanalista de adultos y de niños. Winnicott se vió influido por diversos autores, entre ellos Charles Darwin, Sigmund Freud y Melanie Klein. Con esta última, llevó adelante un trabajo de supervisión por un lapso de seis años, que contribuyó a su comprensión de los primeros años de vida de los niños.

La influencia del pensamiento de Klein sobre Winnicott resulta insoslayable, especialmente en lo relativo a la importancia asignada a la edad temprana del niño y su mundo interno. Ambos trataron los aspectos preedípicos de la personalidad del niño, sin embargo fue Winnicott quien resaltó la importancia de la relación real del niño y su madre.

Durante la II Guerra Mundial estudió los efectos psíquicos en los niños, sobre todo en los más pequeños, ocasionados por la separación de los padres.

Hacia finales de los años 60 comenzó a disminuir sus horas de trabajo por motivos de salud aunque siguió trabajando con interés en varios casos clínicos, escribiendo proyectos e incluso continuó con un seminario abierto, en su consultorio, para colegas jóvenes.

Desarrolló una concepción sobre el proceso de maduración y la tarea de la madre, dando cuenta de un espacio intermedio entre los mundo interno y externo y planteando, así, una nueva mirada sobre la estructuración del psiquismo infantil y la clínica, extensible también a la comprensión de los fenómenos culturales. Desde allí desarrolló el concepto de creatividad y juego. Hizo importantes aportes sobre la etapa de la adolescencia, destacando el papel que el ambiente y la sociedad cumplen a lo largo del crecimiento.

Estableció una relación por correspondencia con Jacques Lacan, en la cual intercambiaron fructíferamente muchas de sus opiniones. Si Lacan coincide prácticamente en todo con las teorizaciones de Winnicott, descubre en ellas —y por esto recalca— la importancia de la función paterna. En 1967, Winnicott fue invitado por Lacan para disertar en la Escuela Freudiana de París, pero debido a su avanzada edad que entonces tenía, envió como sus representantes a dos célebres discípulos suyos Ronald Laing y David Cooper.

Falleció el 25 de enero de 1971

Extractos del Texto: El niño en el grupo familiar(Conferencia pronunciada en el Congreso de la Asociación de Jardines de Infantes sobre «Adelantos en la educación primaria»; realizado en el New College, Oxford, 26 de julio de 1966).

Winnicott-El-nino-en-el-grupo-familiar

1 COMENTARIO

  1. Que hermoso y verdadero estudio,
    Yo como abuela que hace tres años que no puedo ver a mi nieta, me estoy perdiendo de vivir y disfrutar su infancia, solo tenía tres años cuando su mamá por problemas con mi hijo no me dejó estar más con ella,este año cumple 6 añitos,y la verdad estoy muy triste ,gracias

Responder a Silvia Cancelar respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí